Apuntes Trasatlánticos (I) Marcela Muñoz Molina, Chile

 

5 MINUTOS

Comienza a doblarse la vida como un vestido de fiesta a primera hora de la mañana. Comienzo a sacar cuentas de cuantos pasos hacia atrás significó uno hacia delante. De cuantas luces secretas necesitaré guardar en el jardín de todos los inviernos.

La vida es un baile que dura cinco minutos y en los primeros tres, se cortó la luz, se pegó la aguja, el disco estaba rayado. El cuerpo ya no acompaña al alma y se sienta por su cuenta a tomar un café en la mesa de la cocina.

La planta de ruda siempre quiere alcanzar el cielo.

La mente sigue corriendo en su propio hipódromo.


VUELTA 49

Vuelta 49. Algo así como las 5 de la tarde de un día cualquiera, como la última semana de febrero en verano.

Es la primera vez que paso esta fecha en un planeta tan lejano. Cada día después de patrullar el área y confirmar que todo, o casi todo, funciona con la precisión de un gran reloj, intento establecer algún contacto con quienes hablan mi idioma. Eso le da descanso a mi cabeza. Y digo que casi todo funciona con precisión, porque ayer por primera vez experimentamos el retraso de una nave, diez minutos de retraso que significaron diez minutos esperando un espacio disponible en la plataforma de aterrizaje. Mi compañero dice, que ese tipo de naves fueron hechas en un lugar no muy confiable y que fue un error comprarlas. Aún no tengo claro si los humanos del planeta de donde provengo, pueden realmente acostumbrarse a esta atmósfera y a las sorpresivas tormentas de viento y pájaros que se desatan al menos dos veces por semana. Estoy aquí sólo de paso y he visto que algunos de ellos, los que llevan más tiempo, son más de aquí que de allá. Es el precio de la supervivencia. Refugiados de diversos lugares comparten esta estación, algunos nunca más vuelven a ver a sus familias, entonces es comprensible que intenten ser parte de un sistema inteligentemente diseñado para la conservación de la vida. No siempre cuando intento establecer contacto funciona, estoy a nueve mil trescientos años luz de mi lugar de origen y a cuatro mil de mi futuro hogar, entonces los mensajes que envío llegan con cierto retraso y las respuestas que recibo, también, sin contar que aquí la noche dura sólo ciento ochenta minutos. El resto, son horas lentas donde lo más característico es el silencio. Un silencio que te recuerda que estás suspendido en medio de la nada, esperando nada, salvo cotidianos movimientos internos que permiten el funcionamiento de todo y de todos. También es importante cortar el pasto, cuidar los árboles, alimentar a los pájaros y utilizar toda la energía eólica y solar posible para el mantenimiento del sistema. Millones de años atrás, este planeta estuvo cubierto de hielo y una humedad que parece infinita permite la producción y reproducción de casi todo tipo de alimentos y le da su color característico, verde, todo muy verde. Ayer, después de tres días fuera, cuando volvimos encontramos una pequeña planta creciendo dentro del conducto extractor de agua. Comienza la vuelta 49 y al mediodía debemos tomar una nave para ir al centro de la estación a un checkeo médico. Existe aquí una mujer que prepara comida típica de mi planeta, algo que le viene bien a los nostálgicos de ese lejano lugar del universo, pero yo huyo de la nostalgia más que de cualquier otra cosa. Entonces, esta tarde sólo me sentaré a tomar una taza de té con una tarta de flores y aprovecharé el tiempo para alimentar a los pájaros y ver si puedo ayudar a que puedan resistir la próxima tormenta.


LA JAULA

Una enorme bandada de gorriones entró anoche en mi dormitorio. Venían a toda máquina. Uno de ellos, traía envuelto en una diminuta sábana, un pequeño pájaro, de cabeza blanca y alas de colores. Celestes, verdes y naranjas. En su vuelo rasante sobre mí, lo dejó caer en mi pecho y me maravillé con su pequeñez y su belleza. Mientras lo acunaba y trataba de defenderlo de alguien demasiado curioso, lo apreté tanto, que quebré su cuello.

Mi alegría duró unos minutos y mi tristeza muchas horas.

Hasta que pensé en soplar sobre su cabeza para devolverlo a la vida. Alguien se rió de mí, diciendo que eso era imposible. ¿Cómo va a ser eso imposible, pregunté, si una bandada de gorriones entró en mi dormitorio en mitad de la noche? Y soplé dos veces sobre su cabeza y el pequeño pájaro volvió a vivir. Entonces decidí poner en orden mi dormitorio, buscar un lugar para él, botar cosas inservibles, abrir las cortinas para que entre la luz.

Construyendo una jaula de bambú, porque el metal me parecía un material frío, ajeno a su dulzura y belleza, fue que desperté en este mundo.


JUEGOS DE AZAR

Resultados del día de ayer: breve alza auge y caída de un imperio imaginario.


EL OJO DE LA CERRADURA

Ella camina en estado de vigilia a través de un laberinto de arpas y un jardín recién regado. Sus pies se mojan al contacto con las hojas. Las ramas bailan encima de su cabeza y el viento las hace girar en círculos. La presencia de las mareas hace estragos en las profundidades, la luz que la llama arde en el medio del bosque, los árboles crecen a la velocidad de los cometas y rompen el acuario que los contiene. Las cuerdas vibran con el toque de sus dedos y ella vibra en el sueño. Sigue la luz de acuerdo al compás de sus latidos, lleva en su mano un pequeño ramo de flores azules. No le importa si debe cruzar el puente en mitad de la noche para llegar al fuego que la despierta y la adormece. Podría hacerlo sin que él lo pidiera. Sí, ella podría.

Pero prefiere pasar por el ojo de la cerradura para temblar como una hoja que recibe la lluvia.

Para estremecerse, cuando escucha que él dice despacio al oído – tócame -.


UN CAMINO CORTADO

En el sur de Chile hay tormentas de nieve, pero no hay trenes. Las distancias son grandes entre una ciudad y otra. En otras geografías esa misma longitud, se recorre no entre ciudades o pueblos, sino entre países. Cuando pequeña, visitaba a mis abuelos en tiempos de vacaciones. El autobús se demoraba siete horas en llegar a la ciudad donde ellos vivían y donde yo nací. El camino, era un camino de tierra, muchas veces intransitable debido a las tormentas de nieve. A veces, escuchaba a mi madre decir: Debemos esperar algunas horas aquí, el camino está cortado. En mi mente concreta de niño, me imaginaba unas tijeras gigantes cortando la carretera en dos, y me preguntaba ¿y si nosotros estamos a este lado, qué es lo que harán con el otro lado del camino? ¿lo llevarán a algún lugar?. Era la expresión corte de ruta un misterio para mí. Ahora cuando un camino se corta, en mi mente eso significa una docena de cosas diferentes. 

Para un grupo de mujeres que a veces se sientan a hablar y a contar sus historias alrededor del fuego, una familia de hombres es también un misterio. Me pregunto si algo así sucedía con las mujeres Selknam, que una vez al año se disfrazaban de espíritus, para jugar con los hombres. Entrar en su mundo por unas horas y sentirse las dueñas de las luces y las sombras.

Sólo que nuestra historia de conversaciones y misterios no termina como en la leyenda o como el viaje rumbo a la casa de mis abuelos. Ya sabemos lo que hicieron los hombres cuando descubrieron que no eran espíritus lo que ellos veían deslizarse entre los árboles, sino mujeres pintadas y disfrazadas.

Dicen, que de la matanza sólo la luna se salvó y que la luna fue la única madre los nuevos Selknam.



Foto de Oscar Riquelme N

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