El canto de la hembra atómica (Marcela Muñoz Molina, Chile 1966)

 

EL CANTO DE LA HEMBRA ATÓMICA



Estamos muy cansados de escribir universos.

Pablo de Rokha



He recorrido mi propia ruta de la seda

partí hace unos años y dejé y me dejé en ciertos lugares donde me deshice y me rehice en más de una ocasión

desde entonces sólo lloré una vez

detenerse a llorar en la mitad del camino merma las fuerzas y corres el riesgo que el retorno llame a tu oído

esa idea camina detrás de uno como una sombra y como la muerte.


Abrí un camino que no le sirve a nadie, excepto a mí.


Las especias y las piedras preciosas que he encontrado, sólo yo las puedo ver,

por eso dejé de mostrarlas hace tiempo.

Visité varios planetas en mi trayecto y me quedé en varios lugares también,

hay partes de mí incluso en sitios en los que no he estado,

por ejemplo, mi cabeza está en Estambul.

Mis hombros están en Tetuán, mis ojos en la ciudad vieja de Aarhus, mis pies en el oceáno megalítico del Douro Portugués, mi espalda descansa en Hamburgo, mis piernas siempre vuelven a Madrid, mis manos permanecen conmigo en Lisboa.

Cuando partí llevaba una vieja escopeta de caza, por si acaso,

un cortaplumas con el que mi abuelo destripaba pescados, un revolver calibre 38, el hacha de un nativo Innu y una arma recortada de fabricación propia.

Las cargué más de la mitad del camino.

Y a medida que avanzaba, más pesaban.

A veces, encontraba valiosos artefactos y no tenía espacio donde guardarlos.

Habían estado esperando por mí tanto tiempo y yo por ellos, que era imposible dejarlos

tuve que empezar a soltar algunas de mis armas y municiones.

Yo entendía la transacción en sí, pero algo de todo aquello no era normal.

Además tuve que aprender a sonreír y a decir gracias repetidas veces.

En lugares desconocidos, decir gracias también es una forma de protegerse

pero eso no es fácil de explicar o entender

a menos que seas una criatura asilvestrada y un tanto hostíl como yo he sido.

Aprendí que el noventa por ciento de las veces si sonríes, el otro aunque no hable tu idioma, sonríe de vuelta.

Eso sí es normal.

Y uno empieza a sentirse normal. No miras tanto para atrás para ver si hoy te siguen o persiguen esos seres que como mis especias y piedras, son invisibles para el resto.

Miras más tiempo de frente y hacía adelante, pierdes menos tiempo en lo que ya no se puede cambiar.

Algunos pasajes del pasado, pesaban tanto como la escopeta y el resto de mi artillería.

Soy capaz de haber arrastrado en algún minuto incluso una catapulta.

Eso también me parecía normal.

Ataviada como un marine yanki que parte a la guerra, iba yo

e iba así porque venía de la guerra,

entonces, estaba descontextualizadamente vestida y un poco sobrecargada.

Ya sé que me veía hasta ridícula a ratos, pero venía de haber vivido años en Sierra Leona y no conocía otra cosa que trabajar de sol a sol en las minas.


En algún lugar que no recuerdo, solté la catapulta.


Pesaba, no me dejaba avanzar y la Edad Media había terminado quinientos años atrás.

De eso me enteré en Dinamarca.

A mí esto de viajar en el tiempo a veces me descompensa un poco.

Seguí abriendo mi ruta y viéndome obligada a transar mis viejos abalorios por algo más interesante y generalmente, más original.

Había escuchado hablar sobre el desarme, sobre todo del desarme nuclear

desde mi juventud

y el tema es, que mientras alguien se desarma en algún punto, en otro lugar alguien se está armando descomunalmente

así lo decían en la radio, en los diarios y en la televisión.

Pero otra cosa es cuando le toca desarmarse a uno.

Con qué te quedas?

Donde te quedas?

Cómo quedas?


Recorriendo mi própria ruta de la seda, o mi própia circunnavegación a la tierra, o lo que haya sido, me fuí desarmando y desarticulando.

Y como escuchaba decir a las abuelas de mi infancia en el sur, me fuí hallando.

No me hallo, decían ellas y la expresión pasaba por mí como por un sedazo.

No me hallo haciendo otra cosa, volví a escuchar durante el viaje.


Nadie le enseña a uno la importancia de hallarse.


Porque a veces, uno no es uno, sino su circunstancia.

E incluso puede morir creyendo que fue sólo eso.

El contexto, la geografía, el momento político, la família y todo el óxido que se acumula en aquello.

Uno puede ser el óxido, creerse el óxido, alimentarse de su próprio óxido.

Andar armado y articulado, todo el rato. Uno es su propio ejército.

Uno puede hasta nuclearizarse.

Y uno puede querer morirse, sólo para que lo amen.

Y me pregunto ¿Donde vagan las almas que no tuvieron la posibilidad de hallarse?


Yo abandoné la carrera armamentista.


No sabía que lo iba a hacer, porque había vivido así casi toda la vida. Sólo me sucedió.

Aquí estoy desarmada y desarticulada.

Mirando fijo mi propia fragilidad y puedo entender por qué arrastraba la catapulta y el resto que ustedes ya saben.

Transité desde la hostilidad a la ternura.

Tomó vários años y no me quedaba otra.

¿Qué puedo hacer ahora conmigo, salvo darme cobijo?

La imposibilidad de ejecutar cualquier nueva maniobra me deja al descubierto.

Porque sin toda esa parafernalia

soy bastante poco.

Pero esto soy,

este pájaro imaginario que descansa en mi mano

y que no puede dimensionar su propria fragilidad, soy yo.

La diez mil millonésima parte de un metro soy yo.

Indivisible soy

y todos los universos caben en mí.




                                                                                    Nebulosa del esquimal. Fuente: NASA









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