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Mostrando entradas de julio, 2011

Federico García Lorca, (España 1898)

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SI MIS MANOS PUDIERAN DESHOJAR Yo pronuncio tu nombre en las noches oscuras, cuando vienen los astros a beber en la luna y duermen los ramajes de las frondas ocultas. Y yo me siento hueco  de pasión y de música. Loco reloj que canta muertas horas antiguas. Yo pronuncio tu nombre, en esta noche oscura, y tu nombre me suena más lejano que nunca. Más lejano que todas las estrellas y más doliente que la mansa lluvia. ¿Te querré como entonces alguna vez? ¿Qué culpa tiene mi corazón? Si la niebla se esfuma, ¿qué otra pasión me espera? ¿Será tranquila y pura? ¡Si mis dedos pudieran deshojar a la luna!

Alvaro Ruíz, Chile (1953)

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LA VIRGEN DE LOS TAJOS Esta es la virgen de los tajos, la insurrecta, la madre de los suicidas. Está llena de dolor por ellos, los poetas, que ahítos, no soportaron el peso de los fardos, la mediocridad del hombre insensato, de aquellos infames que confundieron el presente con la eternidad, ignorantes de que los muertos son dos veces diez más que los que aún poseen el milagro de la vida. Yo soy la virgen de los tajos, tengo 25.920 años, he dado una vuelta feroz y larga, pasando y pasando a través de continuos equinoccios y solsticios. Soy la línea imaginaria entre los puntos opuestos, una señal oculta entre los arbustos bajo un cielo sin estrellas encendidas. Yo soy la virgen, yo soy la virgen de los tajos, la librepensadora, la inmisericorde, la prisionera, la revolucionaria, la señalada y la absuelta, la peor, la peor de todas. Bajo la órbita de un astro perdido cuya sombra rebasa mis sombras y tal como el silencio silencia, en mí un agujero traspasa el universo. Por él obser

Toma aérea (Marcela Muñoz Molina, 1966 )

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Definitivamente no se puede con ellos. Al parecer somos neurológicamente  incompatibles y  en la práctica, es un milagro que podamos establecer relaciones amorosas duraderas. No sé porqué sucede. No sé si es por la necesidad extrema de mantener la especie,  por soledad, por costumbre o por carencia. El tema es que insistimos una y otra vez. Apenas nos olvidamos de los dolores de parto, volvemos a embarazarnos y a cruzar el luminoso y escabroso escenario. Terminamos casi siempre fumándonos todos los cigarrillos, con la mirada perdida en el suelo, tomándonos todo el café. Evitando las comidas, durmiendo mal. Lo perdemos todo en ese intento. Si habíamos logrado dar con algo, lo volvemos a ofrecer en la mesa del otro, para compartirlo con todos. Cada asistente,  come inocente un poco de ese  fuego acumulado. Todos los testigos de esa fiesta de segundos, de colores brillantes y poco reales, saben que no durará y aún así, se ríen y participan. Será acaso uno de los  pocos estados de c