Toma aérea (Marcela Muñoz Molina, 1966 )




Definitivamente no se puede con ellos. Al parecer somos neurológicamente  incompatibles y  en la práctica, es un milagro que podamos establecer relaciones amorosas duraderas. No sé porqué sucede. No sé si es por la necesidad extrema de mantener la especie,  por soledad, por costumbre o por carencia. El tema es que insistimos una y otra vez. Apenas nos olvidamos de los dolores de parto, volvemos a embarazarnos y a cruzar el luminoso y escabroso escenario. Terminamos casi siempre fumándonos todos los cigarrillos, con la mirada perdida en el suelo, tomándonos todo el café. Evitando las comidas, durmiendo mal. Lo perdemos todo en ese intento. Si habíamos logrado dar con algo, lo volvemos a ofrecer en la mesa del otro, para compartirlo con todos. Cada asistente,  come inocente un poco de ese  fuego acumulado. Todos los testigos de esa fiesta de segundos, de colores brillantes y poco reales, saben que no durará y aún así, se ríen y participan. Será acaso uno de los  pocos estados de conciencia común. Los nacimientos, el amor y la muerte. Después caemos de nuevo. Los amantes siempre caen  violentamente. Los testigos tambalean, se sacuden un poco. Ellos dos solos y por separado, se despiden de un mundo inventado por los olores que lograron mezclar. Mueren  un poco en la caída, pero no mueren del todo al estrellarse. Deberán seguir. Deberán arrastrarse y volver a reunir parte por parte  cada lengua de fuego que haya sobrevivido. Encajar cada hueso en su lugar, para poder andar. Frenar hemorragias, zurcirse la piel como si  fueran niños de trapo. Rellenar el corazón con arena, con la misma arena que se llenan  los relojes. Y esperar. A aquellos que aún los sostiene la vida, volverán tarde o temprano a sentarse en la colorida mesa de los segundos.
Los otros,   astronautas fracturados y huérfanos, orbitaremos eternamente la tierra.




                       
                                     Foto de Scott Kelly desde la Intl. Space Station

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