Grisel (Marcela Muñoz Molina, Chile 1966)



Alguna vez fui Exequiel Novilli. Crucé la Cordillera de los Andes, siendo Exequiel Novilli. Presencié lo que sus ojos hubieran visto, ayudé a acomodar los tachos, a guardar los cables, quise aprender a manejar el seguidor. Las gelatinas me alucinaron y me enamoraron, sobre todo las de color fucsia. En ese tiempo, Exequiel era un poco más que un niño, pero sin edad suficiente para cruzar un cordón de montañas. Lo reconocí una vez entre la gente en una ciudad de la costa atlántica, aunque en ese momento yo no sabía que era él. Lo observé, seguí atentas sus movimientos, la concentración de sus manos en la única y redonda luz que caía sobre el escenario. Me di cuenta que Novilli era casi un niño. Su pelo ensortijado, su estatura pequeña, su agilidad para trepar.

Un par de años después trató de cruzar la cordillera y no pudo. Ahí supe que no tenía más de 18 años. Una extraña conexión entre las luces y el amor hizo que yo tomara su identidad. Me colgué el cuello su nombre, sin que a nadie le llamara la atención mi cambio de sexo. Vi lo que los ojos de Exequiel hubieran visto, ayudé a colocar las gelatinas, sobre todo las fucsias, aprendí a guardar los cables. Alguna vez también crucé la ciudad en moto, transportando una máquina de humo. Y más que nada recuerdo, la forma en que tomábamos las curvas. En el tiempo en que yo fui él, era muy fácil reconocer a la gente que no tenía swing y no nos acercábamos a ellos. Compartíamos la poca comida con los amigos más queridos, y esperábamos todo en el centro de la nada. El muro de Berlín recién había caído y algo en el interior, pulsaba. Éramos felices. Después de esos días de luces y colores, de pelo ensortijado, de cartas por correo, de tiempos de telegramas, de precipitados viajes en avión, me invadió una gran desolación. Gemí por las calles, aferrada a lo único que me había quedado. Nunca más supe de Exequiel Novilli y él, nunca jamás me conoció ni supo nada de mí.

Otra vez, un poco antes de sucedido todo esto tuve otro nombre, me llamaba Grisel.



  



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