Jorge Teillier (Chile, 1935)
LA LLAVE
Dale la llave al otoño.
Háblale del río mudo en cuyo fondo
yace
la sombra de los puentes de madera
desaparecidos hace muchos
años.
No me has contado ninguno de tus secretos.
Pero
tu mano es la llave que abre la puerta
del molino en ruinas
donde duerme mi vida
entre polvo y más polvo,
y espectros
de inviernos,
y los jinetes enlutados del viento
que huyen
tras robar campanas
en las pobres aldeas.
Pero mis días
serán nubes
para viajar por la primavera de tu
cielo.
Saldremos en silencio,
sin despertar al
tiempo.
Te diré que podremos ser felices.
CUANDO TODOS SE VAYAN
Cuando todos se vayan a otros planetas
yo quedaré en la ciudad abandonada
bebiendo un último vaso de
cerveza,
y luego volveré al pueblo donde siempre regreso
como
el borracho a la taberna
y el niño a cabalgar
en el
balancín roto.
Y en el pueblo no tendré nada que hacer,
sino
echarme luciérnagas a los bolsillos
o caminar a orillas de
rieles oxidados
o sentarme en el roído mostrador de un
almacén
para hablar con antiguos compañeros de escuela.
Como
una araña que recorre
los mismos hilos de su red
caminaré
sin prisa por las calles
invadidas de malezas
mirando los
palomares
que se vienen abajo,
hasta llegar a mi casa
donde
me encerraré a escuchar
discos de un cantante de 1930
sin
cuidarme jamás de mirar
los caminos infinitos
trazados por
los cohetes en el espacio.
HOY
SOY MIEMBRO DEL CLUB DE LOS CORAZONES SOLITARIOS
Hoy
soy un miembro del Club de los Corazones solitarios.
En
la clínica espero, aburrido, el desayuno,
Mientras mi compañero
de mesa mira el muro recién blanqueado
y comenta, riendo, una
película de gangsters.
Nunca te envié ni siquiera una postal,
y no sé por qué me acuerdo de ti.
Debes estarle dando desayuno
a tus hijos
¿Cuántos son? ¿Se parece alguno a mí?
Debes
haberte casado con un profesor primario o un jefe de Correos.
Vas
a la huerta y hablas con tu madre
sobre tu padre y tus amigos
muertos
que hoy deben estar en el cielo jugando brisca
rematada,
tras dejar como herencia casas a medio morir
saltando.
Yo, antes de ir al Liceo, te hablaría bien del peor
alumno del curso
y del partido de fútbol que ayer ganó el
"Aguilas del Barrio Norte"
Yo no sabía que iba a
viajar bajo tantos cielos agonizantes,
y que en ningún país
hallaría a alguien que compartiera el silencio.
Yo no sabía
que iba a cumplir cincuenta años sin nadie
y por eso te veo
mientras espero el desayuno.
Sonreías en el puente cuando te
decía que no moriríamos en Nápoles
y que en el Sena te
obligaría a subir a un bateau-mouche.
Tú vuelves a hacer
hablar a la cocina a leña
y tus días pasan como si no
pasaran:
Son el tropel de bueyes que tu hermano lleva a la
Feria
y yo sigo escribiendo versos tontos que debería echar al
fuego.
Hoy soy un miembro del Club de los Corazones Solitarios.
De El
molino y la higuera,
1993
También en: Los
dominios perdidos,1992
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