Aproximadamente, dos kilos y medio (Anxos Sumai, Catoira, Galicia)


La viajera se cruzó por primera vez con François en un restaurante de la ciudad de Kaizu. La ciudad de Kaizu se sitúa en la zona central de la isla japonesa de Honshu. Desayunaban. Ella un té verde, dos piezas de onigiri de salmón y arenques marinados. Él estaba sentado un par de mesas más adelante. Las mesas daban a una ventana desde la la cual se podía ver el río Kiso poco antes de unirse al Nagara y el Ibi. El Kiso, el Nagara y el Ibi se unen a la altura de la ciudad de Kaizu, a donde peregrinó por última vez el monje-poeta Matsuo Basho. Él y ella eran seres extraños en aquel pequeño restaurante, donde los pescadores tomaban sake tibio antes de extender las redes en el Kiso. Unas pocas mujeres, vendedoras de fruta, bebían su taza de té acompañada de pepinos encurtidos.


Después de escudriñarse con la mirada, él se acercó a ella, le tendió la mano:
-François.
Ella también le tendió a mano, presentándose con el primer nombre que se le pasó por la cabeza. La conversación fue breve, puro formalismo. Él reía demasiado, ella ni siquiera sonría. De tanto viajar, se había vuelto silenciosa, cordial pero silenciosa y esquiva.
-Igual nos vemos más tarde -dijo él.
-Espero que no -respondió ella, con desgano, sin disimular el deseo de no volver a verlo.

Él se fue. Ella se quedó un poco más allí, tomando notas en un cuaderno. Sobre la mesa, una cámara de fotos y una pañoleta de seda floreada. Cuando volvió a mirar por la ventana, vio a François bajando por el embarcadero de madera. Era alto, muy flaco, moreno, todavía joven. Se movía como un junco sacudido por la brisa de la mañana. Vestía unos vaqueros cortados a la altura de las rodillas, deshilachados. Calzaba chanclas de goma. A la espalda cargaba una mochila de cuero viejo, seca y descarnada como un ser humano seco, consumido. Justo como él. Sin embargo, se adivinaba dentro de la mochila un bulto pesado que rozaba el logotipo de la cerveza Kirin estampado en la camiseta. La viajera pensó en la cantidad de cerveza que había bebido e intentó recordar las marcas: Kingfisher, Bucanero, Tusker, Quilmes, Duff, Zhujiang, Tusker… Se sabría perfectamente en que lugares había habitado sólo con recordar todas las marcas de cerveza que había bebido. La viajera cogió la cámara, compró agua y unas pocas mandarinas. Bajó por la misma rampa de madera hasta el río y contrató los servicios de un barquero. Quería hacer alguna foto de los pescadores y de las redes blancas que vibraban con el sol de la mañana. Después comería, tomaría más notas del viaje y, por la noche, se acercaría a valorar el interés fotográfico de la pesca con cormoranes en el río Nagara, aunque sólo de pensar en como los adiestraban sentía un escalofrío. Era el plan de trabajo para ese día. Al día siguiente haría las primeras fotos del cruce de los tres ríos, cerca de la ciudad de Kaizu. Calculaba que a finales de semana, habría acabado el reportaje sobre la ruta del poeta Basho.

Al regresar se encontró con François en el embarcadero. Le molestó verlo, disimuló. Le desagradaba que la gente se le pegase en los viajes y que se entrometiese en su trabajo.
-Necesito que me hagas un favor. ¿Puedes acompañarme al río Ibi para hacer unas fotos y grabar un vídeo?
-¿Para facebook o para youtube? -le preguntó con desprecio. Cargó con la cámara y la mochila y lo ignoró- Tío, contrata un guía o a un barquero. Yo tengo mucho trabajo.
-No se trata de eso. Por favor, solo un par de horas -François se colocó ante ella, con una sonrisa infantil, con las manos juntas como en una plegaria. Su delgadez, las canillas huesudas, despertó en ella cierta ternura, justo esa ternura tan fastidiosa porque siempre acababa complicándole las cosas.
-Mañana iré al Ibi. Si quieres, acompáñame.
-¿Y hoy no puede ser?
-Hoy no. ¿Por qué tienes tanta prisa?
-Es que llevo a una mujer muerta en la mochila. Se llama Llüisa, es catalana, especialista en algún poeta que navegó los tres ríos.

La viajera lo miró perpleja.

Más o menos un año después del encuentro en Kaizu, la viajera caminaba contra el viento y el polvo para almorzar unos sandwichitos de chorizo y tomar un vaso de malta y huevo en el Kiosko Roca, en Punta Arenas. Vio a un joven delgado bajar la calle empinada que lleva desde la alameda hasta el Estrecho de Magallanes. François. No era posible. Pero sí era posible. François se rió al verla, rió a carcajadas divertido por la coincidencia de encontrarse en un lugar tan extremo. La viajera disimuló, se sintió agredida por la presencia del joven. Deseaba entrar en el Kiosko Roca, comer algo y tomar la bebida de malta y huevo. Pero ahí estaba él, con los vaqueros cortados por las rodillas. En lugar de la camiseta de Kirin, vestía un polar con el símbolo del equipo de fútbol de la Universidad Católica, de Santiago de Chile. También llevaba unos gruesos calcetines de lana hasta media pierna y calzaba botas de trekking. Estaba moreno, muy moreno. Y tenía el pelo largo, más rubio, peinado en rastas gruesas y sucias. La misma mochila a la espalda, vacía, escuálida, pero con un bulto semejante el que llevaba en Kaizu.

François la abrazó. Se sintió incómoda, invadida. El abrazo duró lo suficiente para que ella comenzara a removerse tímidamente, con cortesía. Al separarse él la miró con la misma expresión de niño que la había enternecido en Kaizu.
-Preciso llegar al lago Nordenskjöld, en el Paine. Hazme de guía, por favor. Hay tantos lagos y lagunas allí, que no sé cuál de ellos es.
-¿Qué pasa? ¿Llevas otro muerto en la mochila?
-Sí, y esta vez está completo. Un montañero noruego. Pobre, murió ahogado.

La viajera lo invitó a tomar algo caliente en el Kiosko Roca. El joven parecía aterido. Se sentaron delante del mostrador, en banquetas altas. Había mucha personas haciendo cola, compraban los sandwichiños y salían para comerlos en la calle, mientras caminaban contra el viento y el frío que llegaba del estrecho. Era de no creer la rapidez con que las camareras despachaban los pedidos. François y la viajera quedaron dentro. Siguieron tomando la bebida de malta y huevo y comieron más sandwiches
-Bueno, en realidad sólo son bollitos de pan blanco con paté de chorizo -observó François, pero se los comió a gusto.
-¿Y qué tanto dices tú que pesa un cuerpo?
-Pues, más o menos en dos kilos y medio. Entenderás que depende del tamaño.
-¿Dos kilos y medio? Sólo dos kilos y medio? ¿En tan poco queda un cuerpo al incinerarlo?
-Piensa que las cenizas son casi todo material óseo, y tenemos la hostia de huesos. El resto no es nada, la carne se queda en un puñadito de polvo.
-¿Y se vive bien esparciendo cenizas?
-Sí, se viaja mucho. Desde que nos vimos en Kaizu, ya estuve en Pokkara y en el Nilo. Obviamente. No está mal. Sale caro para quien hace el encargo, pero para mí es el mejor trabajo que podía tener. Debo recoger las cenizas, tramitar los permisos y, después, documentar con fotos y vídeos el esparcimiento. La gente no quiere encontrar fantasmas por la casa adelante por no cumplir sus últimas voluntades, y menos aun si la herencia está sujeta precisamente al cumplimiento de esas últimas voluntades.

La viajera pidió más bebida de malta. La clientela se apilaba, se apretaba y miraba con decaro porque llevaban demasiado tiempo allí, sin compartir las banquetas ni el espacio.
-Visto así, elegiste un buen trabajo.
-Las solicitudes aparecen aparecen a montones. Te mostré en Kaizu mi funeraria online, ¿verdad? -se echó a reír como si acabase de contar un chiste. Ella no se rió, él se puso serio, bebió y limpió los bordes de los labios con la palma de la mano- Y a ti, cuando te mueras, ¿dónde te gustaría ser esparcida?
-Me gusta el hielo. El hielo te atrapa durante millones de años. Sería una buena manera de permanecer inmortal.
-Si me llevas al lago Nordenskjöld, me comprometo a esparcirte en la Antártida cuando la palmes. Con lo pequeña que eres, no vas a dar ni para un kilo.
-¿Y por qué supones que voy a morir antes que tú?
-Tienes más posibilidades, querida. Me llevas veinte años.
-¿Y por qué supones que me vas a esparcir tú?
-Porque cuando nos hartemos de caminar, tú y yo vamos a ser las personas más solitarias del mundo.



Inédito, Punta Arenas (febrero de 2013)







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