La tierra también es redonda en Aarhus (Marcela Muñoz Molina, Chile)
“Cada
ciudad tiene su torre,
para
empinarse
y
está sola”
Carmen
Ábalos
Ninguna
torre es más alta que el faro que guía a los barcos en Aarhus.
Pintado de brillantes colores, es tan imponente que nadie lo ve.
Ellos ven lo que está en la vitrina más próxima, en las pantallas
de líquido neón, pero nadie se arriesga a sentir el vértigo de
subir la mirada. Quienes han tenido la suerte de tomar distancia,
saben donde nace y muere la luz del faro de Aarhus. A doce mil
quinientos kilómetros de distancia es fácil ubicarlo en el mapa.
Los navegantes perdidos en el Cabo de Hornos saben, que cuando el
viento ha enloquecido los relojes, deben mirar hacia los cielos del
norte buscar en la altura ese latido de luz naranja que gira sobre
las nubes. Desde la curva sur del mundo, unas pupilas desconocidas
cuelgan de esa llama que arde día y noche. El fuego obliga a los
marineros a parchar las velas en medio de la tormenta y mantener las
manos firmes en el timón. Un viento de ciento cincuenta kilómetros
por hora susurra en sus oídos “déjame llevarte”. Y las
calaveras de todas las banderas libran su propia batalla. Es la lucha
de la vida y la muerte. Las velas intentan resistir las navajas del
viento. La suma de dos océanos embravecidos, abren sus fauces para
dejar en claro su poder. Es la lucha del macho y la hembra. El mar
tratando de engullir la nave. El viento tratando de desestabilizar la
nave. El hielo tratando de colisionar con la nave. Y la nave se
aferra a su forma de útero. A su forma de caparazón gigante e
invertida, recipiente que cobija a diminutos hombres que se arriesgan
a cruzar mares amenazantes, haciendo uso del derecho a medirse con
las fuerzas que el instinto llama. Y ella los protege. Un sólo golpe
de esas fuerzas feroces, bastaría para que su fondo se llenará de
agua. Pero resiste sin sacar la vista del alto faro de Scandinavia.
Se niega a dormir allá abajo, entre huesos de otras naves que
perdieron la luz en medio de la batalla. Ella sabe que la tormenta
habrá de ceder en algún minuto, los marineros deberán reponerse.
Las velas descansarán orgullosas de sus fisuras. El útero de madera
se balanceará levemente. El viento se convertirá en brisa y la
brisa en arrullo. El hielo se alejará en busca de otras naves. El
mar deberá recuperar fuerzas y bendecir el valor de sus oponentes.
Ella surcará otros mares, más amables que el Cabo de Hornos.
Llegará un día al puerto donde se posa el faro de color y fuego. Al
acercarse, se dará cuenta que la ciudad lo tiene a él, para
empinarse. Y descubrirá asombrada que la tierra también es redonda
en Aarhus.
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