Me gustaría. Yevgeny Yevtushenko (Rusia, 1933)
Me
gustaría
nacer en todos los países,
tener un pasaporte
para todos
que provoque el pánico de las cancillerías;
ser cada pez
en cada océano
y cada perro
en las calles del mundo.
No quiero arrodillarme
ante ídolo alguno
ni hacer el papel
de un ruso ortodoxo hippie,
pero me gustaría
hundirme
en lo más hondo del Lago Baikal
y salir resoplando
en otras aguas,
¿por qué no en las del Mississippi?
En mi maldito universo amado
me gustaría
ser una hierba humilde,
nunca un Narciso delicado
que se besa
en el espejo.
Me gustaría ser
cualquiera de las criaturas de Dios,
incluso la última hiena sarnosa,
pero nunca un tirano,
ni siquiera el gato de un tirano.
nacer en todos los países,
tener un pasaporte
para todos
que provoque el pánico de las cancillerías;
ser cada pez
en cada océano
y cada perro
en las calles del mundo.
No quiero arrodillarme
ante ídolo alguno
ni hacer el papel
de un ruso ortodoxo hippie,
pero me gustaría
hundirme
en lo más hondo del Lago Baikal
y salir resoplando
en otras aguas,
¿por qué no en las del Mississippi?
En mi maldito universo amado
me gustaría
ser una hierba humilde,
nunca un Narciso delicado
que se besa
en el espejo.
Me gustaría ser
cualquiera de las criaturas de Dios,
incluso la última hiena sarnosa,
pero nunca un tirano,
ni siquiera el gato de un tirano.
Me
gustaría
reencarnar como hombre
en cualquier
imagen:
víctima de una cárcel de tortura,
un niño
vagabundo en los tugurios de Hong Kong ,
un esqueleto viviente
en Bangladesh,
un pordiosero sagrado en el Tíbet,
un negro
de Ciudad del Cabo,
pero nunca encarnar
la imagen de
Rambo.
Sólo odio a los hipócritas,
hienas sazonadas en
espesa melaza.
Me gustaría tenderme
bajo el bisturí de
todos los cirujanos del mundo,
ser un tullido, un ciego,
sufrir
todo mal, toda deformidad y herida,
ser un mutilado de guerra,
o
el que recoge las colillas del suelo,
con tal de que no las
penetre
el infame microbio de la prepotencia.
No quisiera
formar parte de la élite,
ni, por supuesto, del rebaño de
cobardes,
ni perro de manada,
ni pastor servil al abrigo de
su rebaño.
Y quisiera ser feliz,
pero no a costa de los
infelices.
Y quisiera ser libre,
pero no a costa de los que
no lo son.
Quisiera amar
a todas las mujeres del mundo,
y
ser también una mujer
sólo una vez. ..
La madre
naturaleza ha menospreciado al hombre.
¿Por qué no lo hizo
capaz de ser madre?
Si se agitara un niño
bajo su
corazón,
acaso el hombre
sería menos cruel.
Quisiera
ser el pan de cada día,
digamos,
ser la taza de arroz
de
la sufriente madre vietnamita,
el vino barato
en las
tabernas de los obreros napolitanos,
o el tubito de queso
en
la órbita lunar.
Que me coman
que me beban,
dejadme
ser útil
en la muerte.
Quisiera pertenecer a todas las
edades,
atolondrar la historia
y atontarla con mis
travesuras.
Quisiera llevarle a Nefertiti
en una troika á
Pushkin.
Quisiera multiplicar
cien veces el espacio de un
instante
para que al mismo tiempo
pueda beber vodka con los
pescadores siberianos,
y junto a Homero,
Dante,
Shakespeare
y
Tolstoi
sentarme a beber cualquier cosa,
salvo, por
supuesto,
Coca-Cola.
Y bailar al ritmo de los tam-tam en el
Congo,
estar en huelga en Renault,
jugar a la pelota con
los muchachos brasileños
en la playa de Copacabana.
Quisiera
hablar todas las lenguas,
como las aguas ocultas bajo la
tierra,
y hacer todo tipo de trabajo de una vez.
Me
aseguraría
de que sólo fue poeta un Yevtushenko,
el otro
un clandestino
en alguna parte,
no puedo decir dónde
por
razones de seguridad.
El tercero, un estudiante en Berkeley,
y
el cuarto un entusiasta huaso chileno.
El quinto sería tal
vez
un maestro de niños esquimales en Alaska,
el sexto
un
joven presidente
en cualquier parte, modestamente digamos Sierra
Leona,
el séptimo
podría entretenerse en la cuna con un
sonajero,
y el décimo,
el centésimo,
el
millonésimo…
Para mí, ser yo mismo no es bastante,
¡dejadme
ser todo el mundo!
Estaré en miles de ejemplares hasta mi
último día
para que la tierra vibre conmigo
y las
computadoras enloquezcan
procesando mi censo universal.
Quisiera
combatir en todas tus barricadas,
humanidad,
y morir cada
noche
como una luna exhausta,
y amanecer cada día
como
sol recién nacido
con una suave mancha inmortal
en la
cabeza.
Y cuando muera,
un Francois Villon siberiano,
que
no descanse mi cuerpo
ni en la tierra francesa,
ni
italiana,
sino en la tierra rusa, amarga,
en una colina
verde,
donde por vez primera
me sentí todo el mundo.
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