Gabriela Mistral (Chile, 1889)
LA CABALGATA
A don Carlos Silva Vildósola
Pasa por nuestra Tierra
la vieja Cabalgata, partiéndose la noche en una pulpa clara y cayendo los montes en el pecho del alba.
Con el vuelo remado
de los petreles pasa, o en un silencio como de antorcha sofocada. Pasa en un dardo blanco la eterna Cabalgata...
Pasa, única y legión,
en cuchillada blanca, sobre la noche experta de carne desvelada. Pasa si no la ven, y si la esperan, pasa.
Se leen las Eneidas,
se cuentan Ramayanas, se llora el Viracocha y se remonta al Maya, y madura la vida mientras su río pasa.
Las ciudades se secan
como piel de alimaña y el bosque se nos dobla como avena majada, si olvida su camino la vieja Cabalgata...
A veces por el aire
o por la gran llanada, a veces por el tuétano de Ceres subterránea, a veces solamente por las crestas del alma, pasa, en caliente silbo, la santa Cabalgata...
Como una vena abierta
desde las solfataras, como un repecho de humo, como un despeño de aguas, pasa, cuando la noche se rompe en pulpas claras.
Oír, oír, oír,
la noche como valva, con ijar de lebrel o vista acornejada, y temblar y ser fiel, esperando hasta el alba.
La noche ahora es fina,
es estricta y delgada. El cielo agudo punza lo mismo que la daga y aguija a los dormidos la tensa Vía Láctea.
Se viene por la noche
como un comienzo de aria; se allegan unas vivas trabazones de alas. Me da en la cara un alto muro de marejada, y saltan, como un hijo, contentas, mis entrañas.
Soy vieja;
amé los héroes y nunca vi su cara; por hambre de su carne yo he comido las fábulas.
Ahora despierto a un niño
y destapo su cara, y lo saco desnudo a la noche delgada, y lo hondeo en el aire mientras el río pasa, porque lo tome y lleve la vieja Cabalgata... |
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