Siempre digo que estoy bien ( Marcela Muñoz Molina, Chile)
Hoy he de guardarme. Tomar algún brebaje que me asegure poder dormir
durante el día y apagar el televisor portátil que se me instaló en la
frente. Otros tienen una estrella en la frente, yo tengo un televisor
portátil. Me levanté con la energía de la primavera tratando de ubicar
las hojas caídas en el lugar correcto. Pensé en ser el ángel custodio de
algo de tranquilidad durante todo este largo y amarillento día. Me
desperté buscando un símbolo de paz. Pero mi televisor comenzó a tener
mala recepción del satélite y debí ocupar mi energía de la mañana, en
mejorar la imagen, ajustar el volumen, nivelar el contraste. Entonces,
una gran tristeza cayó sobre mí. Una tristeza fría e inmutable cómo los
cielos cerrados de muy al sur. Un torrente que me heló los pies y
contracturó irremediablemente mi espíritu. Me comenzó a llamar
desesperadamente desde la ventana, por donde hace rato ya no miro. Abrió
las puertas por donde ya no cruzo, cortó los cabes de la luz. Hasta en
la más pequeña concha de caracol podría acurrucarme e hibernar todo el
tiempo que fuera necesario. Esta tristeza gélida ha modificado también mi
tamaño. Todos los capítulos del día se han cerrado. Aún no se ha creado
la música que acompañe estos asaltos desde el más allá. Un poco la
tristeza se parece a la muerte, un poco el frío se parece a la tristeza,
un poco la muerte se parece al invierno. Sentí como el indio Apache
instalado en mi centro, fue desterrado de golpe a media mañana por los
vikingos. Y él se sentó allá afuera, a mirar la tierra invadida por
extraños que nada saben de su historia. El no tiene un plan salvo
permanecer allí para guardar un registro. Yo no tengo un plan, salvo
beber el brebaje que ayude a atravesar las horas de este día. Apagar el
televisor portátil. Observar como el caos sigue cundiendo a mi alrededor.
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